marzo 15, 2006
Hoy me han increpado mi soberbia sobre los demás. He intentado explicar, incluso con gráficos y variables, las curvas que representan a las personas que no merecen mi respeto. Y ante eso, creo, una persona sensata no puede más que reprochar la soberbia de la que es testigo.

Puede sonar a muchas cosas: que afectivamente soy un orgulloso o que me sitúo a un nivel que estoy lejos de alcanzar, pero, la verdad, es que no me retracto. Desde mi adolescencia que me he vanagloriado del desarraigo que siento por las costumbres de las personas de mi edad. En mi adolescencia adolecía de odio a la adolescencia: su gusto por las fiestas, el baile, el cortejo y la moda. Yo no era parte de eso y lo reprobaba en los peores términos. Ahí, mi primera vía de escape y de “alejamiento” fue el skate. Hoy decir esto es tremenda contradicción, la adolescencia de la que más arriba hablo es la misma que hoy va sobre su patín a las fiestas y engalana con las chicas… en santiago, en 1990, la cosa no andaba así.
Luego, esa juventud que gustaba del rock y lo que antes era llamado “alternativo” me parecía detestable. ¿Mi reacción? El punk. ¿Mi respuesta a las drogas? El straight edge.
Hasta ahí mis postura –si se quiere “valores”- eran reactivos, de una mera oposición a lo que me repelía.

Pero luego, y tal vez como momento de una segunda alienación (como me he enterado de algunos que interpretan así a Hegel) me he visto en necesidad de no sólo alejarme de lo que me cercaba, sino de intervenirlo, de transformarlo. Entonces, todo ese desinterés de la juventud de la que no me sentía parte fue respondido por posturas políticas claras, particularmente por el anarquismo al que hasta hoy me apego. Desde ahí pude posicionarme para ver, enfrentar e intervenir el mundo con una ética solamente adquirida mediante la persuasión, si se quiere, por la razón. Con ésta pude reprocharme, ahora a mi mismo, conductas del pasado que no repetiría, así como evitar informando, persuadiendo, que otros las cometieran. Léase como se quiera. Pero el amor a la libertad, el respeto al trabajador, a la disidencia, a la igualdad y a la dignidad, a muy grandes rasgos, me han enseñado a levantar la voz y el puño.

¿Toda esta introducción para qué? Para insistir y reafirmar mi odio a las conductas estúpidas de la juventud. De seguro ya no califico para este rango etario y debiera tener mis preocupaciones puestas en otro sitio, pero ver tanta boludez y cinismo (en la más reciente acepción de la palabra) me agota. Los jóvenes ejemplos mediáticos a seguir son todos y cada uno unos idiotas, sus virtudes no son más que la destreza en el baile, el deporte, el modelaje, o la rendición irracional a alguna deidad. Sus valores son todos inefables, porque hoy no se lleva proclamar posturas políticas y éticas, sólo debemos asumir su cristianismo incondicional. Pero de estos jóvenes incultos y analfabetos no se puede esperar más.

Lo contrario debiera suceder con aquellos que por mérito intelectual (y hoy económico también) pueden gozar del status social de la pertenencia a la universidad, aquel que concretará el sueño de una madre y un padre de, por fin, tener un profesional en la familia. ¿Y qué vemos? Jóvenes irresponsables, holgazanes, insolidarios, necesitados de control ajeno y, para colmo, abusadores. Y que no me vengan con que son resabios de la dictadura militar o con otro argumento que intente justificar lo que veo hoy en las calles. El recibimiento a los novatos universitarios es sólo reflejo de la idiotez de la juventud que, suene cliché o no, llevará esta mierda de país en escasos años más. Un amigo no pudo expresarlo con mejor ironía “muchos diseñadores, pocos intelectuales”.

Debo reconocer que en una ocasión participé de algo como esto, y si mis reflexiones o posturas ni pensaban en ser desarrolladas, ya no eran necesarias para conmoverme frente a las humillaciones a las que esos jóvenes (niños, muchos de ellos) eran sometidos. En esto no hay nada de buen humor ni amistad, todo lo contrario, y más que una bienvenida universitaria, esto se asemeja mucho más a una iniciación hecha por brutos marines.

No detallaré, para quienes no saben de qué hablo, lo que los ejemplares jóvenes universitarios acostumbran hacer con sus nuevos compañeros (ejemplos hay para tirara la chuña), mejor aún, les daré una cóctel (pinche aquí para verlo) de todo lo que he intentado describir respecto a esa juventud que la adultez aplaude y ve en ella, nostálgica, las mismas sandeces que en años mozos ya cometieron. Lo que no puedo dejar de asociar a estas prácticas son las imágenes del sometimientos yankee a sus detenidos, a las torturas de los militares a mi pueblo, o a cualquier humillación que, por miedo, la víctima debe tolerar.
Esa es la juventud pasota (¡puta que gozo con esta palabra!) que detesto.
Ellos son lo que yo no soy.
 
posted by daniel at miércoles, marzo 15, 2006 |


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