octubre 24, 2006
En casa de mi novia no acostumbran tener un televisor en el living, ellas prefieren tener uno en cada dormitorio y así lo han hecho desde siempre. Allá ellas. La costumbre de mi familia es la inversa, da lo mismo, pero hay algo a lo que sí me he condicionado y es a ver los noticieros cada vez que puedo. Cuando estoy en casa almuerzo viendo algún noticiero, pero cuando almuerzo en casa de ella, lo hacemos oyendo la radio. Como no nos movemos dentro del espectro radial no sé si a la hora del almuerzo hay o no noticieros para oír. La cosa es que sin querer nos hemos hecho de la costumbre de oír el mismo programa radial cada vez que comemos ahí, y ya nos hemos acostumbrado a las tonteras del programa “El Portal del Web” de la radio Rock & Pop.

Aparte de las pitanzas telefónicas, de las secciones del programa o del sinnúmero de comerciales que emiten (ya no sólo en la sección de comerciales), allí habitúan hacer concursos de distinto tipo donde se ponen en juego distintos premios. La última gracia del gran cerebro creativo de la Rock & Pop fue convocar a un concurso llamado "beso al auto", donde el ganador será quien pase más tiempo besando un automóvil que, en definitiva, es el gran premio final. O sea, de los seleccionados, se llevará el auto babeado por el resto de los concursantes aquél que no claudique en su demostración de pasión por este gran símbolo de status de la posmodernidad. Por lo demás, me han comentado que la idea no es original, creo que por ahí (obviamente en el hemisferio norte) alguien ya mantuvo a un lote de imbéciles tocando o besando otro premio.

Hoy, cuando nos sentamos a almorzar, quedaban unos quince participantes que aún no desfallecían en su cometido. La emisión del programa era en directo desde el lugar donde tenían a los amantes del auto y, en la medida que íbamos comprendiendo de qué se trataba todo esto, los segundo de silencio entre quienes almorzábamos eran más extensos, signo de que cada uno estaba pensando algo respecto a lo que allí estaba sucediendo. “Prefiero la pobreza digna, a la riqueza a costa de la humillación” pensó una, mientras el otro se decía “nunca la imbecilidad había favorecido tanto a alguien”.

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Así fue como me recordé del libro que escribió el profesor que me ayuda en mi tesis: “Del fetichismo de la mercancía al fetichismo del capital”. Si cualquiera busca en una enciclopedia, la definición más simple para el fetichismo de la mercancía sería algo así como “una relación social entre personas mediatizada por cosas, su resultado es la apariencia de una relación directa entre las cosas y no entre las personas. Las personas se manejan como cosas y las cosas, como personas”. Hagámosla corta, ¿qué quiere decir esto? que en una economía basada en la producción de mercancías (objeto resultante de la producción basada en la alienación y en la propiedad privada, y que impera sobre él un valor de cambio más que su valor de uso) son ellas las que mediatizan las relaciones entre las personas. Las cosas nos gobiernan a nosotros, ellas nos seducen y nosotros, babosos por ellas, vivimos y nos deslomamos por conseguirlas y, hoy, poder mostrarlas a los demás. Marcuse, en “Razón y Revolución” escribió “el status social de los individuos, su nivel de vida, la satisfacción de sus necesidades, su libertad y su poder están determinados por el valor de sus mercancías. Las capacidades y necesidades de los individuos no son tomadas en cuenta para esta evaluación. Hasta los atributos más humanos del hombre se convierten en una función del dinero, el sucedáneo general de los bienes de consumo”. Si las mercancías que poseemos y, más aún, las que ostentamos, marcan nuestro ser (“soy lo que tengo”, aunque Debord diría “soy lo que aparento”) y determinan nuestras relaciones con otros, y si no es un desatino llamar “imbecilidad” al hecho de pasar más de 24 horas besando una de ellas por conseguirla, creo que (si mi silogismo no es errado) lo que mediatiza ahora nuestras relaciones sociales, como consecuencia directa de nuestra relación mediatizada por la mercancía, es justamente la imbecilidad. Ése es nuestro fetiche, nuestro tótem, nuestra deidad.

Recuerdo que cuando era adolescente, mi punto de vista para juzgar alguna situación era la de ponerme en el lugar de un extraterrestre recién llegado a la tierra. Si hoy llegase de otro planeta y viera una compañía de imbéciles besando un auto, la verdad, es que no sé qué pensaría. Creo que mi opinión no distaría en demasía de la que aquí estoy dando. Algo parecido le sucede a un buen amigo que no puede borrar de sus recuerdos el momento en que una compañera dijo “estoy enamorada de un pantalón que vi en una tienda”. Sentir amor por una mercancía, por una cosa, para este amigo, era algo inconcebible. Y bueno, veo que aquí se juntan las aguas. El amor entre personas, por lo menos en su imagen más vulgarizada, generalmente es graficada por un beso que los une. El mismo beso que hoy une una mercancía a quizás cuántos enamorados de ella. Si lo que antes era sólo entre seres humanos y ahora es entre ellos y las cosas, supongo que el ganador del auto, algún día, podría perfectamente pedirle explicaciones a su amado por la promiscuidad que demostró en público durante todas esas horas que pasó besándose con otros.

 
posted by daniel at martes, octubre 24, 2006 | 5 comments