diciembre 07, 2007
Yo estaba por cambiarme de colegio, era 1989. Era un cabro chico sin mucho brillo, moldeado por un colegio público y católico y, por lo tanto, con una forma de vida bastante común. Sé muy bien que al desclasificar algunos de estos archivos de mi memoria me ganaré la furia de las bromas de algunos cercanos. Básicamente porque, de seguro, sacarán la calculadora temporal y se darán cuenta que, mientras todo esto sucedía, ellos estaban, tal vez, recién aprendiendo a montar una bicicleta.

El tema es que en un programa televisivo, Extra Jóvenes (eso sí, de la época de Katherine Salosni), anunciaron para diciembre de aquel año, una exhibición en el Parque Arauco de un grupo de skaters provenientes de Brasil. Mi familia, habitante de una comuna muy lejana a la del evento, me concedió ese gran placer. Por mi parte, la onda del skate me era nueva: nunca me había subido a uno y, tampoco, me imaginaba qué podría resultar de mí el día que montara esa tabla con cuatro ruedas. Luego de dar vueltas y vueltas pudimos llegar al lugar del evento, frente a mi se imponía una media tubería, esas rampas en forma de “U”, supongo, de medidas oficiales. Para mí, era un edificio y nunca imaginé que una persona, sobre ese juguete, pudiera hacer las cosas que vi, sin salir en un ataúd. Como anécdota, recuerdo que, junto con la animadora del programa, el evento estaba siendo animado también por un hombre disfrazado de Guru Guru. El pobre hombre, dentro de ese traje de plumas, en pleno diciembre, intentaba imitar la dicción del amigo del Profesor Rossa, cosa que hacía nada de bien:
“Go ganguién guengo a angar eng esguéig”
“¿En serio Guru Guru, usted también anda en skate?” -Le preguntaba Salosni por el micrófono-
“Gui, en gueguio. ¡¿GUIEGUEN GUE ME GUBA AG ESGUÉIG?! –Gritó preguntando al público-. Desde ahí, aburridos de la presencia del personaje infantil y, por lo tanto, también del tiempo que le estaban haciendo esperar, se escuchó un grito que, hasta hoy, me causa mucha gracia debido a la creatividad de su creador: “¡AGUÉREMELO!”. Estalló la carcajada. Hasta ahí la anécdota.

Fui testigo presencial de una muestra de destreza sobre el patín que, ni en televisión, había visto. Tal vez no fue tan así, pero los recuerdos que retengo me dicen eso. Finalizada la exhibición, vi una horda de chicos sobre sus patinetas, muy motivados por lo que acababan de presenciar, invadiendo el estacionamiento del Parque Arauco. Se me abría un mundo. Grupos de chicos, de edades muy dispares, compartiendo la calle intentando lograr sus propios trucos. Por mi parte, no pude más que desear tener uno de esos juguetes para la navidad que se acercaba. Uno de mis mejores amigos de aquella escuela que estaba por dejar, hizo lo mismo. Luego, juntos, nos vimos por primera vez en la calle intentando subir una cuneta, descifrando cómo hacían esos próceres para lograr adherir el patín a sus pies. Así nos llevamos un buen tiempo, intentado reproducir lo que habíamos guardado en la memoria después de la exhibición. Un día, mi viejo amigo, llegó con su patineta decorada: su hermano, un tipo de unos 14 años, adicto al rock, particularmente de los ritmos metal, le había pintado el logo de la banda Sodom sobre la lija del skate. Este tipo, en una ocasión que descansábamos sobre la solera que estaba fuera de la casa de mi amigo, nos invitó a que viéramos un video de una banda que acababa de conseguir, nos dijo que nos gustaría debido a que en él aparecían unos chicos andando en patinetas. Que nos dijeran.


Hasta ese momento, el skate, para mi, era un deporte. Me hubiese imaginado que quienes lo practicaban unos chicos buenos que, cuando alcanzaban cierto grado de fama, daban consejos a sus seguidores acerca de lo bueno que es beber leche y no drogarse. Pero este video me mostró el mejor rostro del skate: aquel juguete no era para competir, sino para divertirse y, lo mejor, junto a amigos, chicos rudos, roqueros, como esos viejos barbones que montan motocicletas.

Al tiempo, tal vez frustrado por los resultados que nunca pudo obtener, mi amigo dejó el patín botado. Por mi parte, seguí en eso. Pronto me hice de un buen grupo de amigos con los que compartíamos esa diversión, en ese momento, la vida nunca volvió a sus cauces de normalidad. Ese mundo que se había abierto, se amplió aún más: conocimos chicos de distintas partes de Santiago, recorríamos horas en micro para encontrar lugares donde pasar un buen rato, Escuela Militar, Peluchonas, edificio Diego Portales, estacionamientos, etc. Intercambiamos algunos videos que, no sé cómo, alguien por ahí había conseguido, ahí escuché las primeras bandas que comenzaron a gustarme, mucho rock, mucho punk, nada de hip hop, en esa época el skate era punk, y punto.

Sobre el skate me encariñé con el punk, luego del hard core, después, desde los 14 a los 19 años fui straight edge, la vida ya no era la misma, el skate me había cambiado. ¿Qué vino después? Esa es otra historia, por ahora, ya es hora de dormir.

Colorín colorado…
 
posted by daniel at viernes, diciembre 07, 2007 | 4 comments