diciembre 16, 2006
 
posted by daniel at sábado, diciembre 16, 2006 | 4 comments
diciembre 11, 2006
Hace una semana se repitió el mismo chiste viejo: Pinochet era internado en el hospital militar y todo el mundo se preocupaba por su salud. Algunos ilusos pensamos que efectivamente podría estar pronto a morir: (nuevamente) nos alegramos e hicimos planes, comenzamos otra vez con el típico “cuando muera Pinochet voy a…”. En el transcurso de esta semana hubo quienes razonablemente cuestionaron las contrariedades de su estado de salud y aludían a una treta del círculo legal-familiar-militar para evitar las acciones legales en su contra. Así sucedió y esto ya se hacía rutina, y como tal, ya no sorprendía a nadie. Pinochet se venía muriendo desde el 16 de octubre de 1998, pero ná que ná. Es más, la recuperación de la que daban cuenta durante la semana los informes médicos hacían pensar que se repetiría la misma maldita imagen del militar (capturada desde lejos) donde se ve levantándose con esfuerzo de su silla de ruedas como queriendo burlarse de nosotros diciendo “aquí sigo, sigo riéndome de ustedes”. Pero hoy… hoy cantó otro gallo.

Si las viejas no están mal, Pinochet efectivamente habría mostrado una recuperación, pero esta vez se trataba de algo especial: la mejora de la muerte. De niño que escuché hablar de esto. Cuando alguna persona cercana enfermaba y arriesgaba su vida por ello, todos temían a que mostrara repentinamente alguna mejora inexplicable, de seguro, luego de ella venía su muerte. Y así parece que ha sucedido con el anciano. Ya parecía que nos íbamos a llevar la vida enterándonos de mañas y cahuines sobre la familia Pinochet, y que él mismo moriría después de todos nosotros. Así, nos acostumbramos a vivir con este karma. Ni el odio de todo un pueblo, ni los atentados armados pudieron lo que hoy una descompensación general logró. Hoy por fin la noticia nos ha llegado, y sorprendidos la hemos recibido, como si nos hubiesen lanzado un balde de agua fría (en pleno verano, eso sí): de primeras sorprende, pero luego alegra, y eso es justamente lo que me ha sucedido.

Hoy, junto a mi madre y mi novia, segundos antes de sentarnos a compartir la mesa, he encendido la televisión. En esos microsegundos donde se oye la locución, antes que aparezca la imagen en la pantalla, una periodista alcanza a decir que Pinochet mostraba una franca recuperación. Paradójicamente, cuando las imágenes comienzan a tomar forma, en el inferior de la pantalla se sentenciaba “Pinochet ha fallecido”. Yo repito la frase en voz alta y con eso casi mato también (de gusto, claro) a mis dos acompañantes. Nadie lo creía. Nadie pensó que alguna vez vería esto. Impávidos, luego de ver algunos minutos de transmisión, le comentaba a mi madre un recuerdo que tengo muy marcado: en los ochenta, cada vez que un noticiero daba un “extra” lo anunciaba con un desagradable sonido, similar al de un despertador. Ella, cuando lo oía, se incorporaba y siempre decía “mataron a Pinochet”, pero nunca sucedía así. Hoy no lo podía creer.

Respecto a mí, sólo puedo hablar de alegría, de esa que es provocada por sucesos como éstos y que ya me hacía falta. Hace tiempo que nada me calienta. Recuerdo que lo último que pudo alegrarme de esta manera fue el triunfo del NO en 1988, de ahí en adelante nada. Por eso es que, por ahora, no quiero pensar en particularidades o coincidencias (de seguro alguien hará una ecuación con las fechas y horas de lo sucedido y todo resultará en la cifra 666), no quiero pensar en el cumpleaños de Lucía Hiriart ni en el día internacional por los derechos humanos que hoy se conmemora. Tampoco quiero pensar mucho en todo esto porque, de seguro, encontraré una razón para decir “yo no voy con esta celebración” y me quedaré en casa -sin querer- solidarizando con la causa pinochetista. De este modo le extraería todo el gustillo a esto que estoy viviendo, y hoy sólo quiero ser parte del rebaño gozoso.

Hoy Pinochet me ha dado una alegría, de esas que hacen que uno se desinhiba, grite, cante y salte. “Pinochet ha muerto y me cago en su cadáver”. Es lo que desde niño esperaba poder decir en voz alta y hoy lo he dicho en la calle y lo digo nuevamente aquí. Por hoy, no me importa si Pinochet no pasó un día encarcelado, si murió tranquilo, impune y sin arrepentimiento. Hoy gozo con la muerte de Pinochet, así de simple, con la muerte de ese monstruo que me atemorizaba desde la niñez.

Hoy gozo con la muerte de Pinochet y no lo digo desde la razón, sino desde las vísceras.


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foto por José Pedro A.

 
posted by daniel at lunes, diciembre 11, 2006 | 4 comments